Por cerezas garrafales
íbamos juntos al huerto.
Con sus brazos de alabastro
escalaba los cerezos,
y montábase en las ramas,
que se doblaban al peso.
Yo subía detrás de ella
y mis ojos indiscretos
su blanca pierna seguían,
y ella cantando y riendo,
les decía con sus ojosa los míos:
-¡Estaos quietos!
Luego hacia mí se inclinaba,
en los dientes ya trayendo
suspendida una cereza;
y yo mi boca de fuego
sobre su boca posaba;
y ella, siempre sonriendo,
me dejaba la cereza
y se llevaba mi beso.
Victor Hugo
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